Todas las religiones se han preocupado no solo, por explicar el futuro , sino que también han tratado de dar una explicación al problema del mal.
En el Antiguo Testamento, el autor sagrado nos coloca frente al drama de Adán y Eva, y al de su hijo Caín, como una manera pedagógica de explicar como el mal no es obra de Dios, es algo distinto a El.
El no es su origen, por el contrario, este aparece como consecuencia del abandono del creador.
Donde falta Dios nada puede ser bueno, donde el está ausente todo decae y se destruye: El hombre, el mundo, las relaciones personales.
Los seres humanos nos movemos y construimos nuestro entorno en medio de buenas obras, pero también en medio de oscuridades y negaciones
Ya Jesús lo señala en el evangelio de hoy: la buena semilla crece junto con la maleza y la hierba mala.
Nuestras buenas acciones, heroicas algunas veces, florecen en medio de infidelidades, pecados y egoísmos.
Acusamos incluso a Dios por no actuar drasticamente y permitir el mal. Como los discípulos queremos hacer llover fuego sobre los malos.
Somos radicales frente al mal del otro, y queremos arrancarlo de raíz.
Sin embargo Dios es paciente. Su actuar no obedece a la lógica de "los buenos del mundo", su actuar no es manipulable por quienes nos reconocemos puros, por encima del bien y del mal.
El espera pacientemente, conoce de que barro estamos hechos.
Surge entonces la posibilidad de esperar el momento oportuno y tomar medidas adecuadas.
No es ni pasibidad, ni manguala con el mal.
Es solo dejar que la gracia también actué y transforme, es creer en el poder de Dios.
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