"Quiero: queda limpio" Mc.1,41.
Corría el año de 1864 y debido al incremento de los enfermos de lepra, se crea en Colombia el Lazareto de Agua de Dios.
Hasta allí llegaron todos aquellos que luego de ser denunciados, incluso por su misma familia, eran obligados a vivir aislados y confinados en la famosa “CIUDAD DEL DOLOR”. Los enfermos fuera de sufrir por culpa de la enfermedad del bacilo de Hansen, enfrentaban algo más doloroso y cruel: la exclusión y estigmatización de su familia y de la sociedad.
Pero esta parte triste de nuestra historia nacional, no es única.
Hoy en Colombia se siguen tejiendo “obras maestras” de marginación y exclusión.
Grupos sociales entre ellos los afro descendientes, siguen siendo mirados con recelo, e incluso hemos creado un juego de palabras para referirnos a ellos, y a sus características particulares.
Los homofóbicos están de moda y señalan con rabia y desprecio a quienes presentan tendencias sexuales distintas, amparados en la ignorancia o en una moral casuística y poco caritativa.
A los enfermos de sida se les arrincona como verdaderos leprosos del siglo XXI.
Pero todavía hay exclusiones más imperceptibles. Aquellas que impone nuestro sistema basado en el lucro y el tener. En donde muchos jóvenes no pueden tener acceso a una educación superior.
Donde el derecho a una buena atención de salud es privilegio de unos pocos.
Donde se arrasan paraísos ecológicos en nombre del desarrollo y donde el bien particular está por encima del bien común.
Donde a la mujer se le considera solo vitrina para vender y su trabajo no se le remunera justamente.
En tiempo de Jesús no era distinto. Los leprosos, los niños, los extranjeros, las mujeres no tenían cabida en la vida de Israel.
El mundo era de unos pocos y los demás no existían. Pero siempre existen valientes: hombres y mujeres que rompen paradigmas y a pesar de lo que puedan decir o pensar se arriesgan a ser distintos.
El leproso del evangelio sabe que no debe acercarse a los sanos, hay normas claras y no se puede ir contra las ya establecidas, y más si vienen de Dios. Sin embargo asume una actitud distinta. Se arrodilla frente a Jesús y le habla.
Si tú quieres puedes curarme……….y se hace el milagro.
El que había sido excluido de la vida social y religiosa encuentra quien le restituye su dignidad perdida. Toma la iniciativa y se revela a seguir siendo de los otros, y Jesús le devuelve, lo que sus hermanos le habían arrebatado.
A los discípulos de Jesús nos toca seguir las huellas del maestro.
Inmersos en una cultura que excluye y estigmatiza, reconocer los leprosos modernos y luchar por sus reivindicaciones es una tarea apremiante que no tiene espera.
Acompañar como Iglesia aquellos grupos y personas, que por su condición son excluidos es un deber evangélico. Tender la mano como Jesús a todos aquellos que por su condición son rechazados, es un acto sublime de caridad, en una cultura que privilegia los “normales “ y desecha a quienes no cuadran en sus moldes .
Nota: el título de esta reflexión corresponde a un letrero en la entrada de una mezquita en el Cairo.
Domingo quinto del tiempo ordinario.
Arauca, Enero 12 de 2012.
P. Luis Fernando Franco O.
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