Pequeña sala, en la parte superior del Cenáculo donde la tradición sitúa la venida del espíritu santo. |
El autor de los Hechos de los Apóstoles lo sitúa en la fiesta judía de Pentecostés, 50 días después de la celebración de la pascua. En ella se recordaba el pacto en el monte Sinai, luego de la salida de Egipto.
Estaban en un mismo lugar, perseverando en la oración con algunas mujeres, entre ellas la madre de Jesús.
Desde entonces la comunidad será el lugar de encuentro de los discípulos de Jesús. No se podrá entender un discípulo sin una comunidad que respalde su fe. Unidad en medio de la diversidad, porque no somos miembros en serie, ni pensamos, ni vestimos, ni caminamos de la misma forma. Como nos recordara San Pablo ejerciendo cada uno su carisma, construimos la unidad del único cuerpo eclesial.
Los símbolos del viento de fuego evocan la manera como es persivida la intervención de Dios,precedida de signos externos, como lo fue en el monte Sinai, y en el bautismo de Jesús.
Allí ya no están las 12 tribus de Israel. Están los hombres y mujeres de todo el mundo a quienes se convoca por medio de la Iglesia, a un nuevo pacto sellado, ya no con la sangre de un carnero, sino con la sangre del único cordero que quita el pecado del mundo
Nace entonces en Pentecostés el nuevo pacto de Dios, ya no con mirada miope de un solo pueblo,sino en la amplitud de toda la humanidad.
Comienza el proyecto de la construcion del nuevo templo, donde el único interés es la glorificacíon de Dios.
Pentecostés se constituye en la antítesis de Babel donde un proyecto común, se comvierte poco a poco en proyecto personal y egocéntrico y por tanto cae y se destruye. En Pentecostés ya no hay caos de lenguas, porque se inaugura un nuevo lenguaje universal, donde se adora a Dios en Espíritu y en verdad.
Como en aquel día, la Iglesia hoy, unida en oración se adelanta a renovar el pacto de la nueva alianza, pero será ya no apoyados en la fuerza de la ley y su estricto cumplimiento, aquí la única fuerza capaz de transformarlo todo, será la fuerza del espíritu de Jesús: EL AMOR.
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